Tuesday, March 09, 2010

Rodolfo Del Castillo López. 30 años de Historia en el Centro INAH Sonora, 1979-2009



“Porque siempre es mejor rescatar y escribir aquellas historias de grandes personajes, que tuvieron un origen modesto”, Eduardo Marcos


Por Eduardo Marcos


El presente trabajo que se desglosa en las siguientes líneas, se focaliza sobre la trayectoria del señor Rodolfo Del Castillo López quien en octubre pasado cumplió treinta años de servicio en el Centro INAH Sonora, y que actualmente ostenta el cargo de “restaurador perito de bienes culturales muebles”. En febrero del año 2008, alcanzó el grado de Maestro en Ciencias Sociales, presentando una tesis relacionada con su trabajo de campo profesional.

El texto además de resaltar la trayectoria de este personaje, es dar a conocer en qué consiste su trabajo que más que ser “técnico”, es interesante por las satisfacciones y vivencias que él ha experimentado a lo largo de tres décadas. Fue entonces el interés de aprovechar la ocasión para aplicarle una entrevista con el fin de plasmar lo más relevante de su trabajo, y dar a conocer cómo es la relación entre la restauración y la Historia .

Rodolfo Del Castillo López nació en Hermosillo, Sonora, el día 28 de septiembre de 1960. Sus padres son Rodolfo Del Castillo Mendoza y Lidia López de Del Castillo (+), quienes formaron una familia integrada por cinco hermanos en total. El nombre oficial del cargo que desempeña es “restaurador perito en bienes culturales muebles”. Actualmente está casado y tiene tres hijos, de los cuales dos están a su cargo.

Fue exactamente el 15 de octubre de 1979 cuando entró a trabajar en el entonces Centro Regional INAH Noroeste (hoy Centro INAH Sonora), pero no como hoy se desempeña. A decir Del Castillo, las condiciones fueron las siguientes: “Yo trabajaba como ayudante de albañil por las mañanas en la construcción de la casa del director del instituto y por las tardes estudiaba la prepa en el Cobach. Esa recomendación que estudia en el Cobach me sirvió mucho y el director estaba esperando algunas plazas de servicios generales y me propuso que terminando la obra en su casa, trabajara para el instituto. Para esas fechas llegaron las plazas, el trabajo que realicé al principio fueron tareas de albañilería, pintura, plomería, chofer; es decir, todo lo referente al mantenimiento físico del edificio”.

Sus primeros años resultaron difíciles, pues debió hacer las cosas de la mejor manera posible para ganarse la confianza de sus jefes. “Al principio te sientes un poco incómodo porque muchas veces dices o piensas que no estás dando el nivel para lo que te contrataron y para que lo que suponías que ibas hacer. Me sentí por un lado mal por algún tiempo, después uno se va moldando a las necesidades y va aprendiendo cada vez más”. No obstante y pese a su juventud (19 años), no se desempeñó mucho en las actividades de mantenimiento, pues pronto se presentó una mejor oportunidad.

A los pocos meses de ingresar al Centro Regional, tuvo la oportunidad de participar en el reacomodo y reubicación de los restos recién encontrados de la Ermita del Padre Eusebio Kino en Magdalena. Ahí recibió la siguiente propuesta: “el ingeniero restaurador a cargo del proyecto, me sugirió que si yo quería estudiar restauración de bienes culturales, que él buscaba la manera junto con el director del Centro para que yo me fuera a la Ciudad de México a estudiar como becario de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la Escuela de Restauración Manuel Del Castillo Negrete”. Ese cursó le dio a él las bases teóricas y metodológicas que necesitaba para aplicarlas en la práctica en los talleres de restauración, y que más tarde fue relacionándola con el estudio empírico.

Con el paso del tiempo Del Castillo fue aprendiendo a restaurar una serie de objetos históricos complejos, hechos a base de cuero, de madera, de piedra o de cerámica. Todo esto lo realizaba en el interior de los talleres del instituto, pues ahí “… había bodegas de colección de materiales etnográficos, entonces yo fui a especializarme a esa área. Posteriormente ya a los dos años de antigüedad y de práctica en la restauración, me hicieron aprender el manejo de otros materiales en el que analicé el material arqueológico como la restauración de cerámica, pinturas de caballete, a trabajar escultura policromada de los siglos XVII y XVIII y pintura mural en las iglesias de las misiones que aun se mantenían en el estado”.

Debido a la diversidad y complejidad de bienes históricos-arqueológicos que ha tenido que restaurar en estos años, ha conocido y aplicado muchas técnicas de trabajo de acuerdo a las necesidades de la pieza en cuestión. Una de las más comunes que domina, a decir de Del Castillo, es el llamado “método holandés” que sirve para restaurar las pinturas de caballete, el cual fue aceptado desde el principio en México para este tipo de pintura. Pero también dejó en claro que “hay otras técnicas de limpieza para eliminar pintura o capas de pintura como la del bisturí que es mecánica; hay otra técnica que es química a base de solventes.

También señaló que hay otras como una a base de chorro de arena, otra a base de láser, hay sinnúmero de técnicas en la época actual se han utilizado. “Las técnicas tu las vas a ir diseñando en la medida que tu conozcas el material, de manufactura, de que conozcas esos materiales de que fueron hechas esas piezas. Si no conoces los materiales, las formas o las técnicas de cómo fueron hechos, obviamente se pone más difícil la restauración”.

Su preparación y especialización teórica no se limitó a la beca ofrecida por la OEA, ya que en 1983 asistió a un curso de microfilmación de documentos gráficos impartido por la Universidad de Arizona en Tucson. En 1985 fue parte del equipo de restauradores responsables de la colección del Museo de Sonora del mismo INAH. También llevó cursos de iniciación en museografía, conservación, medidas preventivas y control biológico en museos y bibliotecas del Centro INAH Sonora, así como talleres y seminarios de restauración de arquitectura de tierra tanto en México como en Estados Unidos, entre otros. Desde 1984 es responsable del Taller de conservación y restauración. Más tarde, a partir de la década de los años 90 y hasta la fecha, es el responsable y cuidado del área del museo, espacio que está constituido por una gran variedad de materiales arqueológicos, coloniales, históricos, modernos, y que por lo tanto necesitan ser revisados cada determinado tiempo para evitar su deterioro.

De manera inconsistente, Del Castillo se especializó más en el trabajo de material etnográfico (como él lo llama) como cerámica arqueológica, armas antiguas, restos paleontológicos (como mastodontes o de mamut), así como la ya mencionada pintura de caballete en algunos proyectos restauración para antiguas misiones jesuíticas. Además de lo anterior, ha trabajado la vaqueta, textiles y otros que se han encontrado en cuevas, que son tejidos a base de fibras naturales. En este caso, el restaurador asegura que “cuando se hace más conservación para evitar que esos materiales se pierdan, a veces no es una restauración integral pero sí un proceso de conservación”.

En mayo del año 2002 se hizo cargo (junto con otro compañero) de la restauración de una escultura de madera hecha con técnica policromada: la Virgen de Nuestra Señora de La Asunción, una de las pocas piezas que quedan de este tipo en todo el Noroeste de México, que data desde el siglo XVIII y que pertenece a la comunidad de Opodepe, Sonora. Este trabajo se concluyó totalmente hasta marzo de 2005. Este es sin lugar a dudas, el trabajo más importante que ha realizado Del Castillo. “Fue para mí un reto enfrentar una restauración de ese nivel, porque verdaderamente la escultura estaba muy deteriorada. Muchos pensaban que no íbamos a lograrlo; lo importante de la obra fue que su técnica original de manufactura, fue recubierta a principios del siglo XX con otra técnica conocida como tela enyesada […] Pero al fin de cuentas fue una gran tarea, un gran trabajo y creo que la comunidad quedó bastante satisfecha de nuestra labor como restauradores”.

Del Castillo resalta que no sólo una obra se restaura a “secas”, pues no sólo es un trabajo técnico, ya que se tiene que realizar investigación histórica y social, de cómo se comporta la gente de la comunidad, si de veras es una pieza que le tiene devoción, fe y además que ellos fungen como protectores del patrimonio litúrgico. “Si ellos no participan, el instituto no podría hacer una restauración de ese nivel”. Destaca que una obra de ese tipo informa históricamente muchas cosas, no es solo pues el arreglo técnico.

“Para restaurar una obra de esa categoría se hacen muchas consultas. Uno primeramente tiene que ir al pueblo en donde está la obra, hay que hacer un proceso de observación a simple vista, tiene que hacer anotaciones, llenar un formato, hacer una historia clínica como si fuera un paciente. Iniciamos con la parte superior de la escultura: qué representa, cuál es su nombre, cómo están ubicadas sus extremidades, por ejemplo. Cuáles son sus atributos son muy importantes para definir, a que santo pertenece verdad. Entonces es todo eso una revisión superficial, lo que se hace es una descripción dentro del contexto donde se ubica. Tenemos que establecer un diálogo también como si fuera un documento histórico. De hecho son consideramos documentos históricos aunque no sean papel, pero es un documento que nos va ir diciendo de que está hecho, quien lo hizo, posiblemente tenga una firma… hay muchas preguntas que se le pueden hacer a una escultura o pintura de caballete”.

A lo largo de estas tres décadas, el restaurador ha viajado a muchas partes del estado para trabajar directamente con bienes litúrgicos, sobre todo de iglesias católicas y antiguas misiones jesuíticas, como en Arizpe en la restauración de los retablos de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en un proyecto que duró cinco años a donde iba tres meses consecutivos cada año. También trabajó en la Iglesia de Caborca; en las pinturas y murales de la Iglesia de Pitiquito, materiales que datan desde el siglo XIX; en Tubutama; en Oquitoa; en Bacadehuachi, en un proyecto elaborado por él sobre una restauración del retablo y las pinturas; en Ures, en piezas de técnicas de óleo sobre metal y tela.

En el plano académico Del Castillo no quiso quedarse sólo con la especialización técnica de bienes litúrgicos y de materiales etnográficos, sino que buscó otros horizontes de superación como el estudiar una carrera profesional. Fue entonces que decidió ingresar a la licenciatura en Historia por la Universidad de Sonora en el verano de 1997, a pesar que no estaba obligado a tener un título profesional, ya que su trabajo es más bien técnico-manual.

Sin embargo para él sí fue importante estudiar esta carrera, porque “con la Historia, le pongo más importancia a la obra, yo platico más con ella, yo trato siempre de conservar ese diálogo, de investigar los materiales de cómo están hecho. Eso me da una pauta importantísima para hacer la restauración de calidad. A quien representa, tienes estudiar parte de la religión, el trasfondo social, la cultura del contexto de esa comunidad… Por lo tanto se tiene que viajar hacia el pasado entre los libros y buscar la técnica que las anteriores personas utilizaron en la elaboración de esa pieza o piezas”.

Considera que la Historia es parte de la restauración, ya que está implícita en todos los procesos de investigación. La restauración es apoyada por la Historia en un alto porcentaje, y no sólo por ella sino también por otras disciplinas científicas. El restaurador debe ver a la Historia como una liga implícita para estudiar mejor los materiales y así la restauración será mejor. “Las aportaciones que me dio la Historia fue la identificación de la obra como objeto de estudio y fuente, pues ésta última tiene una carga ideológica. La otra cuestión fue buscar en los archivos información para saber cuando llegó esa pieza, de que está hecha. La Historia te da armas, metodología, instrumentos, conocimientos para evaluar una obra que va a estar en proceso de conservación. Te da también importancia en el sentido de que puede dialogar con las personas de las comunidades, y eso es importante porque debes demostrar tus conocimientos generales”.

En octubre del año 2002, se tituló como licenciado en Historia por promedio. Más tarde, en marzo de 2005, decide participar en la convocatoria a la Maestría en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora, en el área de “Métodos en investigación histórica” para continuar con su preparación académica. Finalmente, después de una selección y de evaluación de los aspirantes fue aceptado para el periodo 2005-2007, previa licencia laboral. Su interés de ingresar a esta maestría fue, “para que me aportara más conocimientos teóricos acerca de mi trabajo. Presenté un proyecto de investigación relacionado a mi área, directamente con las misiones, iglesias y materiales de ornato que ahí se encuentran”.

Durante su estancia en El Colegio de Sonora, fue depurando su proyecto de investigación gracias a las lecturas teóricas recomendadas por sus profesores y su futuro director de tesis. En febrero del 2008, presentó su examen de grado con el trabajo titulado “La Misión Franciscana en la Pimería Alta, 1768-1820. Un estudio sobre la construcción de los templos y su equipamiento litúrgico”, con el cual recibió mención honorífica y la recomendación de parte del comité evaluador para que fuera publicado en libro por la misma institución.

Después de este logro profesional y personal, Del Castillo se reincorporó a su centro de trabajo para empezar con una nueva perspectiva de estudio e investigación, principalmente en el área cultural haciendo trabajos sobre la existencia de los bienes materiales (pinturas, esculturas) a través de los inventarios que se tienen de las misiones en Sonora, y para abonar nuevas líneas de investigación a la historiografía local. Expresó además su intención de hacer un proyecto que despertara la conciencia social de protección al patrimonio cultural, ya que según él “hacen falta este tipo de estudios en la región. Estamos un poco desvinculados sobre la importancia de los bienes culturales; creo que sería benéfico para la institución y para mí en lo personal”.

Hoy con 49 años de edad, Rodolfo Del Castillo sigue activo y tiene “cuerda” para más años, pues ha presentado ponencias en varios foros, coloquios y simposios regionales, aun sin pertenecer a la “sección de investigación” del INAH por cuestiones de derecho de antigüedad. A corto plazo tiene la visión de estudiar un doctorado que esté relacionado con la historia del arte o cultural, en alguna institución del centro del país, región donde están las mejores en este campo.

A lo largo de estas tres décadas, Del Castillo ha recibido reconocimientos (y satisfacciones también) de parte de diferentes instituciones locales, así como del Centro INAH Sonora. Aunque él considera que lo más importante es el reconocimiento de parte de la gente de las comunidades a donde ha ido a trabajar, pues “el que regreses a una comunidad a restaurar otra pieza litúrgica, es prueba que has hecho bien las cosas y te has ganado la confianza de la misma comunidad”. Asimismo, infinidad de anécdotas e historias personales le ha tocado vivir en estos años: buenas y malas, por supuesto.

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