La Frontera Nómada, una obra editorial vigente en el contexto porfirista y revolucionario
Para ALMA I. RAMÍREZ L. y JORGE A. BARRÓN M., dos amigos que junto conmigo terminamos nuestra carrera universitaria en su tiempo formal
Por Eduardo Marcos
No cabe duda que La Frontera Nómada. Sonora y la Revolución Mexicana (LFN) es una de las más grandes obras clásicas de la historiografía sonorense (pero no perfecta) del siglo XX sobre el periodo revolucionario local. Es del historiador, ensayista y escritor Héctor Aguilar Camín (HAC), quien extrañamente no es un sonorense, sino un quintanarroense (o “guacho” como dirán algunos regionalistas apasionados) nacido en 1946 y que anduvo en estas tierras áridas durante la primera mitad de la década de los 70 del siglo pasado. A decir de HAC, esta obra fue producto de su tesis de doctorado que realizó en El Colegio de México siendo parte de la generación 1969-1974. La concluyó bajo los auspicios del Departamento de Investigaciones del INAH y la presentó en 1975 siendo su título original "La Revolución sonorense, 1910-1914", en dos tomos. Tomando en cuenta el año de su graduación, el autor se doctoró apenas a los 29 años, edad que en estos tiempos resulta ser muy joven para alcanzar dicho grado.
En 1977 LFN fue publicada por primera vez en libro bajo el sello de Siglo XXI Editores en varias ediciones sin cambio (también en SEP/ CONACULTA en la colección “Cien”, 1985) y más tarde por Cal y Arena (1997 y 1999, reimpresión). En esta última editorial se hizo un buen trabajo de edición que constó ahora de 623 páginas, dos cuadros estadísticos, un prefacio (como lo fue en 1977) y la relación de fuentes archivísticas y bibliográficas. Además por primera vez el autor decidió incluir dos cuadernillos con mapas y fotografías históricas, un índice onomástico (de personajes y autores citados) y una nota explicativa a esta edición. Llama la atención que HAC no cite la fuente de donde obtuvo dichas ilustraciones, además de que algunas no son nítidas.
La primera vez que escuché hablar de LFN fue cuando cursaba el tercer semestre de la licenciatura y que era de HAC, que en ese entonces lo tenía identificado como un periodista que con cierta frecuencia presentaba sus comentarios en televisión abierta. Ya en el cuarto semestre fue cuando revisé por primera vez parte de este libro dentro de un curso teórico sobre la Revolución Mexicana y que a priori no me pareció interesante, tal vez por el formato editorial de Siglo XXI Editores que es de letra pequeña, párrafos extensos y sin espacio interlineado (no recomendable para lectores empedernidos). Al final de ese curso, un compañero había fotocopiado parte de LFN, pero de la editorial Cal y Arena que se presenta con un letra más grande que hacía atractiva su lectura. Quede impresionado cuando vi y palpé aquel voluminoso libro y todo lo que contenía. A partir de ese momento, me quedé con las ganas de adquirirlo, pero sabía que no sería fácil por dos motivos: uno, porque no estaba disponible en ninguna de las librerías locales; y dos, porque si estuviera en existencia su precio sería caro en comparación si lo adquiría en una librería del D. F.
Aunque el autor en su nota de esta segunda edición aclaró que había eliminado adjetivos, separado párrafos y limpiado la puntuación de su obra, todavía se aprecia párrafos extensos que debieron ser separados para una lectura más ágil. Es digno de resaltar que a diferencia de las dos anteriores ediciones que conocí de LFN (1977 y 1985) que fueron editadas con letras pequeñas, en esta edición de 1997 la letra es mucho más grande, lo cual beneficia a las personas mayores de edad o/y con vista cansada. Ahora HAC tuvo cuidado que LFN fue editada en un formato editorial de alta calidad. También es oportuno resaltar que el estilo narrativo del autor en este libro, se asemeja a una novela, lo cual puede ser beneficioso o perjudicial, dependiendo de quién lo lea.
Siguiendo la propuesta historiográfica de Alan Knigh sobre los estudios de la Revolución Mexicana, el trabajo de HAC quedaría clasificado dentro de una tercera generación de escritores que surgió después de la segunda mitad de los años setenta y que maduró: los baby-boomers. Son más numerosos y más profesionales; tienen una visión más cercana y concentrada; pero sufren de miopía. Son quienes han “saqueado” los archivos locales y nacionales como nunca antes y a diferencia de sus predecesores, han tratado de evitar concentrarse en las élites y los líderes para ver la historia desde abajo (campesinos, soldados, obreros, indígenas). En otras palabras, es el llamado revisionismo histórico sobre un determinado evento del pasado para darle un nueva reinterpretación a través de fuentes y documentos rescatados del polvo y del olvido.
La LFN se divide en cuatro grandes bloques titulados “I. Composición de lugar”, “II. El maderismo en Sonora”, “III. El constitucionalismo sonorense” y “IV. Victoria y fundación”, que comprenden trece capítulos en total y estos a su vez se subdividen en apartados, que por cierto no están desglosados en el índice como sucedió con las versiones de la primera edición. Después de leer minuciosamente a LFN, ésta se centra con mayor énfasis en los orígenes históricos, sociales, políticos y económicos de los principales líderes, caudillos y jefes revolucionarios sonorenses; el desarrollo del maderismo en Sonora y la cruenta etapa constitucionalista en la cual los norteños fueron parte importante del triunfo carrancista sobre Victoriano Huerta y después sobre los “convencionistas”. Los sonorenses resultaron a la vez la facción disidente del carrancismo que ascendió al gobierno nacional a partir de 1920 y que se prolongó hasta 1935, etapa conocida en la historiografía política como el “Sonorismo”.
Puede considerarse a LFN como un trabajo de historia regional con varias y fuertes ramas hacia el contexto nacional, en el cual HAC con sus nuevas interpretaciones sobre la Revolución Mexicana en Sonora y a través del hallazgo de documentos históricos de gran valor, abolló las estatuas de bronce tanto de Plutarco Elías Calles como de Álvaro Obregón de lo que realmente fueron y pretendieron ser en sus respectivas vidas después de 1920. El movimiento revolucionario de los sonorenses es sui generis porque los protagonistas involucrados pertenecieron a diferentes estratos sociales y económicos siendo hacendados, profesores, agricultores, burócratas, profesionistas independientes, grandes comerciantes y obreros que por razones personales y circunstanciales tuvieron una importante participación. Es la historia de los Benjamín Hill, Salvador Alvarado, Adolfo De la Huerta, Álvaro Obregón, José María Maytorena, Plutarco Elías Calles, Ignacio L. Pesqueira y otros personajes menores de cómo fueron gestando sus respectivos futuros políticos antes, durante y después de la coyuntura revolucionaria (1910). En las siguientes líneas presento un resumen de cada una de las partes mencionadas.
Primera parte. Esta se compone de los capítulos “El sur” y “De Guaymas a Cananea”, los cuales fungen para un lector no sonorense, un escenario descriptivo general de todas las microrregiones y de las principales características económicas y sociales que adquirieron los pueblos y centros urbanos más importantes del estado durante el transcurso del siglo XIX, principalmente durante el régimen porfirista a la llegada de Francisco I. Madero a Navojoa en 1910 durante su segunda gira electoral por el país. Por su gran extensión geográfica y riqueza en recursos naturales, Sonora fue vista por muchos políticos, inversionistas y empresarios (nacionales como extranjeros) de la época, como un espacio para producir y obtener riqueza como nunca antes después que el progreso y civilización llegaron procedentes del gobierno nacional encabezado por Porfirio Díaz. Fértiles valles como el Yaqui, Mayo y de Ures, importantes haciendas productoras de garbanzo y trigo, fuerte actividad bancaria y comercio internacional por mar (Guaymas), pujante desarrollo ganadero en la zona serrana (Arizpe y Moctezuma), producción minera en cobre como fue el caso de la Cananea Consolidated Copper Company (CCCC), y un alto tráfico fronterizo de mercancías con los Estados Unidos (Agua Prieta y Nogales), fueron los segmentos de una economía local que alcanzó su clímax en 1907. A la par de este recorrido económico-geográfico, HAC resalta los nombres de las familias locales más importantes que se ubicaron en determinada microrregión, incluyendo sus orígenes históricos y sus representantes más importantes para 1910. Muchas de estas familias tuvieron presentes en la administración pública, lo cual quedó plasmado con la formación de alianzas y parentescos que establecieron con otras de diferentes rumbos; otras más, quedaron al margen o fueron sacadas después del ascenso de triunvirato sonorense (Corral, Torres e Izábal), lo que evidenció una inconformidad y que más tarde jugaron una oposición radical en contra del gobierno estatal y federal. Ejemplo clásico fueron los Maytorena, una importante familia de hacendados que establecieron sus dominios en el distrito político de Guaymas y sus alrededores desde 1805, siendo José María Maytorena hijo el personaje más importante durante esos años. Como quedó plasmado antes, el progreso y la civilización fueron dos factores que contribuyeron a un bienestar socioeconómico en la mayoría de la población sonorense, sin embargo esto generó sus contrapartes. El progreso se tradujo en la instalación del ferrocarril, el cual se le dio preferencia que cruzara por las zonas costera y llana del estado beneficiando Navojoa, Hermosillo, Magdalena y Nogales. Poblaciones históricas se quedaron sin el beneficio del “caballo de hierro” como Álamos, Ures y Arizpe; otras surgieron con su paso como Empalme y Santa Ana. Las empresas mineras de capital norteamericano ubicadas en la zona serrana, construyeron para su fin privado líneas férreas que conectaron a Cananea y Nacozari con Naco y Agua Prieta respectivamente y conectarse al mercado americano. La civilización se tradujo en exterminio y deportación de cientos de yaquis quienes siempre defendieron su valle desde tiempos coloniales, ahora frente al gobierno estatal y federal a los que calificaron como rebeldes e improductivos para el desarrollo económico del estado. Fue un evento que, junto con represión de la huelga de mineros en Cananea en 1906, afectaron la imagen que tenía el triunvirato sonorense a nivel nacional, en particular a Izábal. En general, este primer apartado es bastante amplio y minucioso, por lo que se pueden seguir (o se han seguido) líneas de investigación dentro de la historia política, familiar o empresarial en el régimen porfirista.
Segunda parte. Comprende tres capítulos, en el primero “Una insurrección de cien cabeza”, se refiere al contexto nacional referente a las elecciones presidenciales de 1910 en las cuales Madero fue víctima de represalias y cargos imputados después de la asombrosa popularidad que había adquirido en dos años, pese al desprecio y burla que manifestaron los porfiristas. Una vez que el “Apóstol” logró escapar de San Luis Potosí, distribuyó publicidad impresa entre los principales partidarios para declarar nulas las elecciones, se autonombraba presidente provisional de la república y convocaba a los mexicanos a la insurrección el 20 de noviembre. En Sonora, los dirigentes maderistas poco a poco empezaron a difundir su llamado a través de la prensa local, siendo Maytorena el personaje más importante que fundó una junta revolucionaria en Nogales, Arizona y que pronto fue identificado por simpatizantes y por las autoridades locales que lo vieron como un peligro en contra de la tranquilidad pública. Los primeros movimientos armados en la entidad empezaron hasta a mediados de diciembre y de manera desorganizada por los distritos de la zona serrana como Arizpe y Sahuaripa, y que se tradujo en derrotas. La principal desventaja que tuvieron los maderistas sonorenses, según HAC, fue la poca disponibilidad de fondos económicos para comprar armamento y pagar a soldados, lo cual los llevó a emplear el recurso de ataque de guerrillas en los primeros meses. El éxito de la insurrección no fue fácil, pero con el paso de los meses varios sectores sociales que se mantuvieron neutrales o incluso leales a las autoridades, mostraron su apoyo moral y económico a la causa maderista. Ya para el mes de mayo, gran parte del estado quedó en manos de los maderistas, a excepción de Hermosillo, Guaymas, Nogales y Magdalena. En el segundo capítulo “La restauración maderista”, el autor aborda el proceso de negociación y transición del gobierno nacional y estatal para entregar el poder a manos de los representantes del movimiento maderista. En Sonora la transición debió darse más pronto, ya que a finales de julio de 1911 se efectuarían elecciones constitucionales a gobernador y vicegobernador, en contraste a las federales en octubre. En ese lapso de dos meses, los principales jefes maderistas trataron de resolver sus diferencias políticas que surgieron tras la caída del triunvirato sonorense. En dicho periodo, HAC resalta tres problemas serios que pudieron generar más fricciones. El primero fue la reactivación del bandolerismo yaqui el cual sólo había sido controlado durante el porfirismo, pero al ya no existir el control gubernamental los indígenas empezaron a invadir propiedades ajenas, robar ganado y cosechas, asesinar, destruir haciendas, etc. Esta situación se trató de resolver de la manera más rápida, incluso hubo comisiones oficiales que viajaron al D. F. para pedir apoyo del gobierno federal, pero esto nunca tuvo una resolución de paz final. El segundo asunto fue el licenciamiento de las fuerzas armadas “insurrectas”, lo cual no se dio de manera completa en la entidad, ya que los jefes militares se rehusaron a hacerlo al considerar como una forma de traición a la causa revolucionaria y los efectos que conllevaría dicho proceso al generar hombres desempleados. Parte de estas fuerzas estatales fueron más tarde importantes en el futuro próximo. El tercero fue la cuestión electoral en el ascenso al gobierno local. Maytorena fue visto por la mayoría de los maderistas como el hombre ideal ocuparlo, lo cual quedó ratificado en las votaciones del 30 de julio al ser electo casi unánime. El punto de discordia fue la vicegubernatura por la que existieron dos fuertes aspirantes, Eugenio Gayou y Francisco de Paula Morales. La victoria electoral recayó en el primero, con quien Maytorena no se identificaba plenamente, debido a su pasado porfirista y por su impopularidad ante los jefes maderistas. En este mismo capítulo se resalta el origen histórico, social y económico y el ascenso político de Calles, quien no habiendo sido un partidario y jefe militar en la insurrección maderista, se benefició al ser nombrado comisario de Agua Prieta por el gobernador Maytorena, quien lo veía con buenos ojos y lo nombró como tal como una forma de “premio de consolación” después de perder la elección a diputado local por el distrito de Guaymas que quedó a manos de De la Huerta y Torcuato Marcor. El tercer capítulo de este parte “La defensa regional. El orozquismo en Sonora”, trata sobre el peligro amenazante que representó la rebelión armada del ex lugarteniente maderista Pascual Orozco, quien se sublevó en contra del presidente en marzo de 1912 por no ser compensado de manera honrosa después de los servicios que le ofreció. La revuelta de los “colorados” fracasó militarmente en mayo, pero le quedaron cientos de hombres y decidieron invadir a Sonora al infiltrarse por la zona serrana, y que el gobierno local no estaba del todo preparado para hacerle frente. HAC destaca la aparición de un caudillo que no tuvo participación alguna en la revolución maderista y que fue clave en el éxito final de las fuerzas locales sobre los rebeldes chihuahuenses: Álvaro Obregón Salido. Después de varios meses de incertidumbre, el gobierno local finalmente eliminó esta rebelión (octubre), con lo cual Obregón legitimaba su status de presidente municipal de Huatabampo que había ganado de manera dudosa.
Tercera parte. Esta es la parte más voluminosa de LFN, ya que comprende 193 páginas agrupadas en tres capítulos. En el primero “La guerra institucional”, el quintanarroense reseña las principales rebeliones (de Zapata, Orozco, Félix Díaz y Bernardo Reyes) que tuvo que enfrentar Madero desde su ascenso al gobierno nacional en noviembre de 1911 hasta el inicio del cuartelazo de febrero de 1913, en las cuales contó con el respaldo del ejército federal, integrado en su mayoría por veteranos porfiristas de carrera. El posterior suceso de la “Decena trágica” en la capital nacional, que contó con la colaboración del general Victoriano Huerta y del embajador estadounidense Henry Wilson (en complicidad con el rebelde de Díaz) y que concluyó con la renuncias del presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez, trastocó la tranquilidad política en Sonora porque muchos revolucionarios vieron cómo la legitimidad maderista se diluía al saber que Huerta, un hombre leal al porfirismo, ascendía a presidente de la República a través de un puente “legaloide”. El gobernador Maytorena en vez de tomar una postura radical en contra del nuevo presidente, decide pedir al congreso local una licencia de seis meses por cuestiones de “enfermedad” y se traslada a Tucson, Arizona ante la protesta de muchos maderistas sonorenses que esperaron una mejor respuesta. El congreso local nombró como gobernador interino al diputado sonorense Ignacio L. Pesqueira, quien en breve se pronunció en contra del usurpador con apoyo de la misma legislatura a finales de marzo. El argumento principal de los sonorenses al tomar las armas fue para defender la soberanía de su estado frente a la imposición militar del gobierno federal, aunque nunca proclamaron una independencia. Pese que el estado aun conservaba sus fuerzas revolucionarias después del triunfo maderista y la rebelión orozquista, el número era inferior a las federales que estaban asentadas en los principales centros urbanos. El gobernador Pesqueira dividió a la entidad en tres sectores militares, adjudicando las prefecturas a Salvador Alvarado (en el centro), a Juan Cabral (en el norte) y Benjamín Hill (en el sur), quienes a su vez quedaron bajos las órdenes de Obregón como Jefe de la Sección de Guerra. El principal objetivo de los jefes sonorenses fue tomar Nogales, por considerarlo un punto clave en el cobro de rentas aduanales tanto en la exportación de ganado y metales industriales, por la adquisición de armas y equipo, y ganar la simpatía del gobierno de Arizona. La tarea no fue fácil por los riesgos que se podían presentar ante una eventual derrota frente a las fuerzas federales. Al final, este objetivo se alcanzó, quedando pendiente Guaymas en donde se concentraba la mayor parte del ejército federal. En el segundo capítulo “La rebelión administrada”, trata de la participación formal del gobernador coahuilense Venustiano Carranza al elaborar el Plan de Guadalupe a finales de marzo (1913) con el cual desconocía no solo a Huerta como jefe del Ejecutivo, sino también los poderes judicial y legislativo de la nación, y además se autoproclamaba Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Pese a esto, Carranza militarmente estaba en desventaja frente a Huerta, motivo por el cual vio en Sonora su única salida al saber que existía un ejército formal para iniciar su plan revolucionario, y a la vez los sonorenses vieron en él un punto de solución entre los grupos militares que deseaban tener el control absoluta en la entidad. En abril con la celebración de la Convención de Monclova entre representantes de los gobiernos de Coahuila, Sonora y Chihuahua, los sonorenses entregaron formalmente el liderato de su movimiento regional al Primer Jefe quien a su vez el dio el toque de un movimiento nacional de gran relevancia. En una guerra de tipo regional como la que desarrollaron los sonorenses, el factor financiero fue un elemento clave en las aspiraciones de éxitos, principalmente para mantener el sueldo de los miles de soldados. Ante esto, el gobernador Pesqueira tuvo que negociar con la CCCC para evitar paros de producción y a la vez hacerla parte del movimiento armado al fabricarle material bélico, a cambio de ciertas concesiones. La aplicación de impuestos aduanales sobre productos regionales, fue otra alternativa para obtener dinero en efectivo como lo fueron la exportación de ganado, la producción de harina de trigo y la venta de derechos de concesión a particulares para que explotaran fundos mineros abandonados. Los brokers fuero agentes intermediarios del gobierno estatal que tuvieron un papel importante para las relaciones comerciales y ganar la simpatía del pueblo y gobierno de los Estados Unidos. La participación de los yaquis fue otro factor en beneficio del ejército estatal para tratar de derrotar al grueso de las fuerzas federales acantonadas en Guaymas, aunque nunca se alcanzó dicho objetivo. El ingenio nato de Obregón como un gran estratega fue otra vez clave en las victorias obtenidas en Santa Rosa y Santa María para confirmar su valía y legitimar su carácter de revolucionario. Pero después del control militar en la entidad, pronto empezaron a surgir problemas entre los jefes sonorenses ante el pronto regreso del gobernador Maytorena generándose un clima de tensión política por reconocer su autoridad o seguir bajo las órdenes de Pesqueira. Al final, dos facciones se formaron antes de que Maytorena volviera a resumir el ejecutivo estatal. En el tercer capítulo “Divide y vencerás”, el autor analiza la situación que el hacendado guaymense debía hacer para retomar el control de la política en el estado después de cinco meses de estar ausente, ¿pero lo lograría ahora que Carranza jugaba el papel de jefe principal del movimiento sonorense? Por su parte, el interino Pesqueira vio truncado sus deseos políticos para ganar popularidad entre los sonorenses al pretender celebrar elecciones extraordinarias a poderes legislativo y judicial, las cuales quedaron canceladas por el regreso anticipado del guaymense quien reasumió su cargo. Por otro lado, Obregón tuvo el dilema de definirse a favor del gobernador constitucional o seguir al lado de Carranza con el fin de asegurar su futuro político y militar. Con el fin de obtener recursos económicos, el gobernador Maytorena emitió tres decretos para lograrlo, entre ellos el subsidio forzoso de guerra aplicado a bienes de particulares como de cabezas de ganado y la intervención de ausentes. Estas medidas le ganaron en el futuro la empatía de varias familias de jefes revolucionarios. El problema yaquis fue otro asunto de interés para los jefes sonorenses, que pese a su alianza con Obregón a cambio de la promesa de devolverles las tierras arrebatadas durante el régimen porfirista, realizaban actos de barbarie y por existir problemas entre ellos al dividirse en dos bandos: yaquis mansos y yaquis broncos. Con el paso lento pero avasallador de las fuerzas constitucionalistas sobre los federales rumbo a la capital del país, más se grande se hacía la fractura entre Maytorena y Carranza, y aquellos que apoyaban a uno como al otro. Sonora se estaba convirtiendo en un polvorín que podría estallar generando graves consecuencias. Para rematar, la rebeldía de Francisco Villa frente a las órdenes del Primer Jefe durante la toma de Zacatecas, fue otra circunstancia que aprovechó Maytorena para entablar sus primeros intentos de una alianza en junio de 1914. Finalmente el 13 de agosto, Obregón previa orden de Carranza, se hizo formalmente cargo de la capital, pero en Sonora la situación era cada más difícil para Maytorena quien sufría su abismo político frente a la fuerza militar de Calles, que más tarde terminaron como rivales durante la “guerra de facciones”.
Cuarta parte. Es la más breve de todas con 48 páginas y se compone de un sólo capítulo “Antes del reino (1914-1920)”, incluso podría quedarse fuera de la LFN ya que funge como un resumen global del periodo en cuestión. Esto ha sido visto como un legado de brechas historiográficas importantes que han aprovechado historiadores y estudiantes para profundizar o contradecir las posturas de HAC. Abarca la parte final del gobierno maytorenista que va en decadencia y la pérdida de popularidad del hacendado por las políticas fiscales y sociales que impuso a la población en general para hacerle frente a la guerra civil en contra de los carrancistas. Estos poco a poco fueron ganando terreno en la entidad, después de la ruptura que se dio tras el éxito obtenido sobre Huerta en agosto de 1914. La alianza formal que el guaymense estableció con Villa después de la Convención de Aguascalientes, generó el disgusto de Carranza y de Obregón quienes lo trataron como un “traidor” a la causa revolucionara después de derrotarlo militarmente en noviembre de 1915. A medida que transcurrieron los meses de batallas, más fuerte se fue haciendo el descontento del pueblo sonorense en contra de Maytorena, incluso de sus propias fuerzas armadas y principales seguidores que vieron cómo el estado se derrumbaba económicamente hasta quedar destrozado al iniciar el año de 1916. HAC compara esta penosa situación con la que vivieron los sonorenses durante los años de la guerra civil entre José Cosme Urrea y Manuel María Gándara ochenta años atrás. Una vez desterrado el hacendado guaymense del país, Carranza nombró como gobernadores provisionales a De la Huerta y Plutarco Elías Calles quienes emprendieron importantes tareas de reconstrucción económica a través de reformas que beneficiaron a sectores afectados y marginados por la poca o nula actividad productiva en el campo agrícola e industrial que provocó dicha guerra civil. Estos años también sirvieron a los jefes carrancistas, en especial a Calles, para tomar a Sonora como un laboratorio regional en la aplicación de medidas radicales y moralistas que más tarde trató de aplicar en el contexto nacional. Fuertes problemas tuvieron que enfrentar y resolver los gobernantes sonorenses en este periodo antes de rebelarse en contra del presidente Carranza con el Plan de Agua Prieta y su posterior ascenso al gobierno nacional en mayo de 1920. Entre estos estuvieron la regularización de tierras y terrenos baldíos que fueron abandonados por sus dueños legítimos o aquellos que fueron arrebatados de manera arbitraria durante los años previos. Otro fue el que se generó entre los obreros y mineros de los principales centro mineros, como de la CCCC, y los dueños de estos por problemas laborales, lo que dio origen a la fundación de la Cámara Obrera durante el gobierno de De la Huera (octubre, 1916). Y por último, el eterno problema con los yaquis que continuaron “alzados” sin control después de la guerra civil al ser parte de las fuerzas armadas de Maytorena y que una vez terminada, se dedicaron a cometer robos en haciendas, asesinatos, asaltos en caminos y daños en propiedad ajena. Los pueblos y comunidades del sudoriente de la entidad fueron las que sufrieron principalmente sus actos. Fue hasta en enero de 1920 cuando fueron calmados gracias en gran medida a la política conciliadora de De la Huerta.
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Un dato a discutir que escribió HAC en el prefacio de LFN, fue el hecho de incluir un fragmento del Diario de Francisco Gamboa, 1892-1939 correspondiente del día 13 de diciembre de 1923 y que dice “Sonora es el estado más alejado de nosotros. Para convencerse no hay sino registrar nuestra historia nacional […] no se encontrará en ésta un solo hecho ¡ni uno solo! que revele la menor solidaridad con nuestros muchos dolores y nuestras escasas alegrías. Tampoco se hallará un solo individuo que haya coadyuvado en nada nuestro…” Esto es el sentido que supuestamente antes de la intervención formal de los sonorenses en el contexto revolucionario de 1913, no hubo uno que se hubiera involucrado en el contexto nacional. De lo poco que he sabido a través del tiempo, es que sí existieron por lo menos tres sonorenses que tuvieron fuerte presencia en el contexto nacional. Primero está el caso del general federalista José Cosme Urrea (nacido en Tucson, cuando fue parte de Sonora) que luchó antes de la primera mitad del XIX en otros estados del norte mexicano en contra de los centralistas. El segundo caso es del general conservador Félix Zuloaga (nacido en Álamos), que fue presidente del país de manera breve durante la Guerra de Reforma, y por último el caso de Ramón Corral que fue gobernador del Distrito Federal en 1900, más tarde vicepresidente de la república (HAC lo consta en el libro) y el posible sucesor de Díaz en caso que éste falleciera por su longeva edad.
Entre las fuentes que el autor utilizó para argumentar su obra fueron de archivos públicos (nacionales y extranjeros), documentos históricos-originales que van del siglo XIX hasta mediados del XX (como crónicas, estadísticas, memorias personales, albúmenes económicos, libros, informes de gobierno), periódicos de la época de estudio (aunque no los menciona en el apartado de “Fuentes”) y bibliografía (libros, tesis tanto en español como en inglés). Entre los archivos consultados destacan el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, el de la Secretaría de Relaciones Exteriores (ambos localizados en la capital) y el Archivo del Gobierno del Estado de Sonora (AGES), éste último en Hermosillo y del cual HAC usó mayor documentación. Curiosamente, cuando yo revisé documentos de este archivo hace unos años para el periodo 1915-1919, encontré varios que utilizó él pero que al menos en esta edición de Cal y Arena, no desglosa la nomenclatura de manera minuciosa como yo lo hice en mi tesis de investigación. Pero no pudo asegurar si lo hizo de manera completa en la versión de “La Revolución Sonorense” (1975).
Entre los libros históricos que el quintanarroense utilizó y que yo he encontrado en su versión original a través del tiempo, están Sonora histórico y descriptivo (1894) de F. T. Dávila, México y sus progresos. Álbum-directorio del estado de Sonora (1907) de Federico García y Alva (director y director), El estado de Sonora y su situación económica (1910) de Pedro N. Ulloa. Por supuesto hay que añadir las dos grandes obras clásicas de la Revolución Mexicana en el contexto regional y de corte romántico: La revolución en Sonora de Antonio G. Rivera (1969) y La revolución en el estado de Sonora de Francisco R. Almada (1971).
Después de 34 años de publicarse por primera vez en libro, LFN sigue vigente como consulta y referencia bibliográfica al ser citada en una gran cantidad de artículos, ponencias, libros y sobre todo tesis (a nivel licenciatura, maestría y doctorado) que han tratado algún tema de investigación relacionado con el periodo porfirista y revolucionario. Pero no sólo ha sido referente en trabajos de investigación regional y nacional, sino también a nivel internacional, como son los casos de “Plutarco Elías Calles and the Revolutionary Government in Sonora, México, 1915-1919” del británico Edward McNeil Farmer (tesis de doctorado, Trinity College-Cambridge, 1997), Thread of Blood de Ana María Alonso (The University of Arizona Press, 1995), Persistent Oligarchs de Mark Wasserman (Duke University Press,1993), In the Shadow of the Eagles de Miguel Tinker Salas (University of California Press, 1997), Plutarco Elías Calles and the Mexican Revolution de Jurgen Buchenau (Rowman & Littlefield Publishers, Inc., 2007), entre otros más.
Por último, este libro editado por Cal y Arena lo adquirí en octubre del 2004 cuando un profesor que tuve en la universidad me hizo el favor de comprarlo cuando viajó a la Ciudad de México. Pero debo confesar que este es el único libro que pude haber robado si es que aun no lo hubiera conseguido, pero eso no pasó. Para terminar, no quise pasar la oportunidad de escribir esta reseña de LFN porque uno de mis libros favoritos. También aprovecho para enviarle un gran saludo al doctor HAC, que aunque muchos críticos dicen que es priista y la verdad a mí esto me tiene sin cuidado. Ha dejado ya su huella historiográfica en el contexto sonorense revolucionario.
Fuente: información obtenida del libro en referencia
Fotografía: Portada de La frontera nómada/ tomada por Eduardo Marcos
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